"Algún día vendrá lluvia de verdad y hará desaparecer toda esta escoria de las calles". Así dice entre dientes Travis Bickle, encarnado por Robert De Niro en el primero de sus grandes papeles para Martin Scorsese. En sus recorridos por Nueva York el insomne Bickle ve los barrios bajos de la ciudad, las cosas que ocurren en las calles oscuras y poco transitadas y que la mayoría de la gente no ve nunca. Pero Bickle ya está tan acostumbrado que se siente aturdido, invisible e impotente.
Sin embargo, más que escandalizarse ante la decadencia social y física, lo que le sucede a Bickle es que se siente frustrado porque ya no conoce nada más. También le atormenta el hecho de que le atraigan precisamente las cosas que afirma despreciar. Asqueado de sí mismo y de lo que ve, se aventura en un último e desesperado intento de reintegrarse en la sociedad. Pero en el deprimente guión de la película (Paul Schrader), no hay salida. Para Bickle es demasiado tarde.
El descenso de Bickle es al principio doloroso de ver, luego destroza los nervios y al final inspira lástima. Empieza yendo detrás de una hermosa chica que colabora en una campaña política, Betsy (CybilL Shepherd), y cuando sus torpes insinuaciones románticas son rechazadas (esta parte es buenísima), como era inevitable, su alienación se vuelve más intensa. Después de intentar reintegrarse en la sociedad, el siguiente objetivo de Bickle es destruirla, para lo cual planea asesinar a un popular candidato a la presidencia. Cuando este plan también fracasa, trata de redimir a la sociedad y emprende una misión suicida que consiste en rescatar a una prostituta menor de edad (Jodie Foster) del chulo que la explota.
Es difícil imaginar un retrato del malestar urbano más sombrío, más deprimente o más claustrofóbico que el que pinta Taxi Driver. La película tiene algunos elementos de cine negro, como la voz en off de Bickle, la música obsesionante, con toques de jazz, de Bernard Herrmann, pero se aparta mucho de serlo cuando se trata de contar la historia propiamente dicha.
Taxi Driver se desarrolla como una película negra contada con la perspectiva de un desconocido anónimo que está en una esquina de la escena de un asesinato, contemplando desde el otro lado de la barrera policial el cuerpo envuelto que yace en la calle. ¿Qué pasa por la cabeza de esa persona? ¿Cómo reaccionará cuando se vea ante una exhibición de violencia así?
Scorsese, Scharader y De Niro parecen hacernos la misma pregunta también. Durante toda la película vemos la ciudad con la perspectiva siempre aislada de Bickle, con pocos rayos de esperanza que nos saquen de su desquiciada cabeza. Es el hombre subterráneo saliendo a la superficie con una pistola y una pulsión de muerte, un antihéroe al margen de la policía con ideas muy concretas sobre cómo limpiar la ciudad. "He aquí un hombre que no estaba dispuesto a seguir aguantando", anuncia en un tono triunfal. "Un hombre que plantó cara a la escoria, los indeseables, los perros, la porquería, la mierda."
Pero, ¿es esto lo que queremos? En un giro irónico que se basa en la afirmación siempre discutida de que el fin justifica los medios, Bickle acaba viendo cómo lo alaban como si se tratara de un héroe que ha comenzado una cruzada, y es difícil decir si el triunfo involuntario de Bickle es en realidad una tragedia. Como la película ha logrado su propósito de trastornar la moral de cualquiera, nos quedamos buscando desesperadamente respuestas imposibles.
Nominaciones al Oscar: Michael Phillips, Julia Phillips (mejor película), Robert De Niro (actor), Jodie Foster (actriz de reparto), Bernard Herrmann (banda sonora).
Festival de Cannes: Martin Scorsese (Palma de Oro).