domingo, 6 de febrero de 2011

UNA HABITACIÓN CON VISTAS



No es una novela dramática, quizá pueda parecer mínimamente escandalosa para el ojo que la lee en estos tiempos. Es la variada y atractiva galería de personajes y de contrastes que Forster despliega, y por la que nos conduce con paso vivo y constante, deteniéndonos inconscientemente unas pocas veces para observar con mayor complejidad los marcos y los paisajes que crea. Ni siquiera la protagonista es totalmente transparente, ni siquiera ella es, aun siendo el epicentro de todos los aprietos y conflictos en los que envuelve a los personajes, la obra que contemplar en la novela. Forster describe desde los ojos de un hombre los conflictos interiores de Lucy Honeychurch, los apuros a los que se ve expuesta una mujer que intenta abrir camino a su personalidad superando el obstáculo de las convenciones sociales. Las contradicciones de una mujer son expuestas al lector, que se hace cada vez más cómplice e íntimo amigo del narrador, compartiendo impresiones y sentido del humor, mientras siguen paseándose alegremente por la galería.
Lo verdaderamente sugerente de la novela, en cuanto cae en las manos de uno, es el título. Las vistas rodean la novela, son alusiones vivas y la revelación en sí mismas que corren los velos y hacen caer las vendas de los personajes. Así es a los ojos de Honeychurch, mientras decide el significado de las personas a las que imagina en habitaciones con vistas, como las de la pensión Bertolini, en el corazón de Florencia, y a los que se imagina en habitaciones cerradas, llenas de estantes y objetos inertes, sin poder ver las colinas o los valles, de las cuales, tal y como revela Emerson, sólo hay una vista perfecta: la del cielo sobre nuestras cabezas, y que todas esas vistas de la tierra no son más que torpes copias suyas.









E. M. Forster, A room with a view, (1908).

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